Jaime ha llegado a las 10h a la piscina. Es de los primeros, necesita más tiempo. Necesita cambiarse, ponerse el bañador, ducharse y por fin, introducirse en el agua. Jaime es minusválido. Lentamente se va cambiando. Sus piernas están muertas, son solo un cuerpo inerte, que al menos siguen ahí para no afear su cuerpo. Nadie le ayuda. Se ha resbalado y casi se va al suelo. Suspira desesperado…Qué más quisiera él que no fuera así. Según te toque así te tocará sufrir. Preparado con su bañador se va hacia el espejo con sus muletas. Se contempla. Su cuerpo está lleno de cardenales. Mira hacia abajo y decide no torturarse más. Va por el pasillo hacia la piscina. Sus brazos van tensos de soportar todo el peso de cuerpo. Allí le espera una especie de silla móvil, que le introducirá en el agua. Todos le miran. De una manera o de otra, disimuladamente; pero es el centro de atención. En silencio, pensativo, se introduce en el agua y comienza a nadar. Un largo, otro y otro más. Al lado de su calle va un chico. Siempre le gana, Jaime solo se propulsa con sus fuertes brazos, pero no son suficientes para hacer frente al rival de esta mañana. Se agarra al bordillo y descansa. Cientos de pensamientos le bombardean su cabeza: “Hoy no puedo más, no se qué pasa” “Y este que cojones mira” “No te enfades, hay que ser fuerte” “Vamos, otro par de largos” “Me duele hasta el alma hoy”. Vuelve a nadar. A tres cuartos de piscina empieza a chapotear. Algo sucede. Se escucha una voz atragantada por el agua. Jaime empieza a luchar contra el agua, no puede flotar. Uno de sus remos se ha agarrotado. Se ha hundido. Mira hacia el suelo de la piscina y piensa en que al llegar, dará un saltito y volverá al menos a coger aire… - ¿Qué pasa? ¿No llego a tocar fondo?. ¡Mierda! Ha tocado fondo. De hecho está sentado casi en el suelo, pero sus piernas murieron con su alma cuándo se quedo minusválido. Al darse cuenta de al situación, duda en si quedarse ahí abajo, o salir. – ¡Tengo que salir joder!. Se impulsa con sus brazos. Logra ascender. Nota que alguien lo ayuda. El socorrista, ¡ya lo tiene!. Le sacan. Tose y tose. Ha tragado algo de agua. Sentado en el suelo, contra la pared, sujeta su cabeza entre sus dos manos y llora. Llora desconsolado. Destrozado por el puto día que lleva. Porque se cayó en casa cuándo salía del portal. Porque no tiene novia. Porque ve cómo sufren los que le quieren siempre pendientes del él. Porque no puede jugar al fútbol ni salir de fiesta con los amigos. Y porque aún queda día… Se repone y se marcha cabizbajo, hundido moralmente. Logra vestirse, se echa la mochila a la espalda, y se dirige hacia su coche. Al salir de la instalación, se queda helado mirando la plaza azul. No se acordaba de que estaba ocupada, por un coche sin distintivo de minusválidos, y tuvo que aparcar más lejos. Quizá alguien lo dejó porque “iba a ser solo un momento”, pero a Jaime le tiemblan los brazos, y otra vez acaba con la cara en el barro. Ya no quiere levantarse, cierra los ojos y quiere morir. Esta historia me la he inventado. Inspirado en todos los disminuidos que veo cuándo voy a nadar. Pero es perfectamente posible, ¿verdad?. No aparques nunca en su zona. De cada 1000 veces, no pasará nada. Pero un día puede venir un amigo, como Jaime, con la moral muy muy tocada, y puede que le des el rejonazo al estar poniéndole un obstáculo más. Recuerda, RESPETO.
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